No todo es tan difícil, ni tan fácil. A veces basta con un segundo, un pequeño soplo, para que tu mundo perfectamente construido al más mínimo milímetro caiga y esa sonrisa permanente que anidaba en tu rostro se borre de una sola pasada, quién sabe hasta cuándo. Y a veces, sin saber cómo ni por qué, cuando ya no podías caer más bajo, cuando tus fuerzas hacía tiempo que te habían abandonado, ocurre, que vuelves a sonreír y te das cuenta que durante todo este tiempo estabas buscando la felicidad en el sitio equivocado. Encontrarla consiste en averiguar por ti solo que tu felicidad no se esconde bajo el brazo de nadie: reside en la libertad, tu propia libertad.
Para querer a alguien de verdad, debes comenzar por quererte a ti mismo.
Volvemos.
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