miércoles, 23 de marzo de 2011

She moves in her own way

A veces lo único que necesitamos es tiempo para poder parar en seco y reflexionar, sobre lo que ya hemos caminado y lo que aún nos queda por avanzar, y darnos cuenta de que aquello sobre lo que creíamos construir nuestro futuro resultó no ser tan resistente como creíamos, bien porque esos cimientos se pudrieron poco a poco o es que, a lo mejor, ya estaban podridos desde hace mucho.
El problema es que nos cuesta comprender que las apariencias, en algunos casos engañan. Porque sólo nos queda aceptar que simplemente, las cosas cambian sin previo aviso, que los para siempre no existen, y que en esta vida nada es eterno. Que las promesas no son contratos de por vida y que hay te quieros que no son verdaderos. Que de lo que más se aprende es de los errores y que los dolores nos hacen más fuertes. Que nos empeñamos en ir buscando clavos que saquen otros en lugar de cerrar los agujeros que estos nos van dejando e irremediablemente, terminamos desangrados.
Y poco a poco darnos cuenta de que nuestra felicidad no debe depender de nada ni nadie, que su ausencia se paga caro. Que de tanto ir con los ojos cerrados terminamos haciéndonos daño, que dando palos de ciego no vamos a conseguir avanzar y que de tanto llorar, las lágrimas van borrando las huellas del pasado para así, nunca volver atrás.
Y al final comprender en realidad somos más fuertes de lo que pensábamos y pararnos a ver cómo después de grandes tempestades el Sol siempre termina brillando.



jueves, 17 de marzo de 2011

Caer y levantarse.

(...) Y su voz se apagó, como se apagan unas luces de neón, como terminan las películas sin final, como acaban esas canciones que nadie se atreve a cantar, como terminan esos mensajes que él nunca le escribió.
Intentaba mantenerse en pie, fuerte, como tantas otras veces hizo. Pero era inútil. Tenía las manos temblorosas, los ojos llenos de lágrimas y los sentimientos a flor de piel: estaba rota.
Con cada una de sus lágrimas trataba de ahogar un por qué sin respuesta, una púa en su corazón, un adiós definitivo, mil recuerdos dolorosos, aquellos que en su día fueron felices y ahora pesaban tanto... trataba de ahogar su voz, que aun seguía sonando en su cabeza tan limpia como el primer día, diluir su pasado para sacar a flote su presente. Era como si en aquel mismo momento pudiera verle marchar, así, sin mirar atrás, sin decir adiós. Él, a quien ella había amado hasta la saciedad, quien le juró amor eterno se marchaba de su vida, dejando tras el las heridas que un día curó y un vacío enorme. Pero él ya no era el mismo y aunque le costara aceptarlo, ya no iba a volver.
Y entonces, solo entonces su vida hasta donde ella conocía paró, frenó en seco ese ritmo frenético que había estado llevando durante demasiado tiempo.
Y aun con lágrimas en los ojos comenzó a andar, dejando atrás los errores del pasado, caminando hacia su presente, cerrando por fin sus heridas. Porque para cuando él volviera, cuando él se quisiera dar cuenta de la realidad en lugar de buscar excusas sin sentido, ella ya habría aprendido a vivir sin esperarle.