jueves, 17 de enero de 2013

Las mareas de la Luna


Aquel día terminó con el golpe sordo que acompaña los pasos de quien se va para no volver, y desde entonces el eco del chirrido de las bisagras de aquella vieja puerta todavía hace vibrar mis tímpanos y consigue estremecerme.
Cuando tú llegaste las presentaciones no fueron necesarias, o por lo menos tú no lo creíste así. Entraste sin avisar y te sentaste en el centro de la sala, entre mi corazón y mi cabeza, a medio camino de mi incertidumbre y mi curiosidad. Te enseñé mi antigua colección de sueños, mis espejos y los pequeños desastres que guardaba en la alacena. Tenías hambre y te ofrecí mis ilusiones, tenías frío y te dí mi aliento. Poco a poco fui dejándote pasar, y conforme avanzabas mi raciocinio iba enmudeciendo. Seguías caminando, día tras día, por los pasillos de mis entrañas, por las habitaciones de mi alma, recorriendo con tus dedos mis paredes, empujándome, sin darme cuenta, hacia un callejón sin salida.
Cada noche mi deseo llamaba a tu sueño y nos devorábamos las ganas, como si quisiéramos acortar el límite imposible de las distancias, como quienes quieren consumirse sin dejar nada. Me desnudabas los huesos, me mordías el alma. Nos bebíamos con los ojos y tú me arañabas las ansias, mientras las manecillas del reloj giraban en una dimensión opuesta.
Pasaron los meses y, sin saberlo, tú te ibas instalando en mi casa. Y sucedió, que un día comenzaste a desempaquetar tus sentimientos, y a dejarlos de uno en uno en aquella estantería gastada y frágil. Y pesaban, pesaban demasiado, y aquella estantería que no estaba preparada para sostenerlos terminó cediendo. Acto seguido, tú, sin hacer ruido, recogiste las astillas rotas y te fuiste en la oscuridad de aquella noche cerrada, dejando un hueco en mi cama y tu esencia en mi memoria. A la luz del alba desperté, ya no estabas. A tientas me levanté, pero lo único que pude encontrar fue el frío, la quietud, la calma, esa calma aterradora que anega los cuerpos inertes que tensan sus músculos tras el suspiro final.
Puede ser que los finales felices no estén hechos para mí, al igual que es posible que todos mis sentidos estén orientados hacia ti, como la aguja de una brújula que busca su norte con desesperación. Y quizá, mi destino sea vagar por la ciudad de las calles vacías donde respirar se hace cada vez más difícil y el invierno nunca muere.

The kind you can't control
The kind you can't conceive
The kind you can't believe
But wish you could break
Wish you could weave
I wish you could see
It ties you to me