A lo mejor es que me gusta estar sola escuchando a Nick Drake para hacer de su dolor el mío y de vez en cuando, cuando lo necesito, doy pie a mi instinto animal, me pinto los labios de rojo y me dejo llevar, para que de noche en noche alguien me abrace y me pueda recomponer otra vez. Es posible que ande buscando algo inexistente, o que ese algo inexistente ya lo haya encontrado y me he dado cuenta cuando ya no había nada que hacer. Tarde, como siempre. Mi falta de valor en mitad de camino, cual obstáculo insalvable deteniéndome otra vez. Qué novedad.
O también puede que sea el otoño, que pinta mi vida aún más gris de lo que ya era, por ponernos poéticos. Qué sé yo.
Ahora bebo cada vez que sale la luna a pasear, creo que ya no recuerdo cómo era mi yo sobrio. Echémosle la culpa al ron o a la ginebra, al whisky y a la cerveza, cierra los ojos y muérdeme, pero déjate llevar de una vez, coño, que para algo hace rato que he dejado de escucharte.