martes, 19 de octubre de 2010

Promesas.

Había imaginado aquella situación muchas veces. Podía ver con total claridad su cara, sus ojos, su boca, esa mirada que hacia ya tanto que no veía, aquella sonrisa de la que hacia tanto tiempo que no disfrutaba, su voz, el calor de sus manos, su olor... Lo había vislumbrado muchas veces, quizá demasiadas. A lo mejor era la idea de tenerte en mi recuerdo lo que hacia que me sintiera bien, o quizá fuera que ni mi subconsciente era capaz de borrarte y aun él tenía la esperanza de que volvieras. Lo había imaginado hasta la saciedad, hasta creer que lo había vivido. Y sin embargo allí estaba yo, en el lugar y en el momento apropiados, y allí, a lo lejos venías tú, y contigo volvía tu cara, tus ojos, tu boca, tu mirada, tu sonrisa, tu voz, tu calor, tu olor... y tu promesa cumplida. Y aquella pieza que faltaba en el puzzle se colocó como debía, perfecta y encuadrada, el mundo volvió a girar como es debido. Te miré a los ojos, te abracé de nuevo y lentamente nuestros labios se acercaron, despacio, con dulzura, como nunca antes lo habían hecho. Y entonces me di cuenta de que todo lo que había imaginado ni siquiera era una mísera recreación de lo que en realidad estaba viviendo, porque aquello... era simplemente inexplicable.

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